4 de noviembre de 2013

Diez minutos y un beso


En la última hora de su vida el sentenciado a muerte pidió, como último deseo, la visita de una diva de rostro y nombre común en dominicales y marquesinas de bulevares, de belleza para él inigualable. Aunque la exigencia resultara extravagante se reducía a que le concediera diez minutos y un beso. Ante la sorpresa del alguacil, este preguntó –Puedo entender el beso pero,¿por qué diez minutos?- El preso le contestó serenamente y casi susurrando, como hacen las personas que pasan mas tiempo en silencio que conversando, -si en ese tiempo no soy capaz de convencerla y conseguir la segunda petición es que no soy digno de ese beso-.


Jandro Güell.

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