En la última hora de su
vida el sentenciado a muerte pidió, como último deseo, la visita de una diva de
rostro y nombre común en dominicales y marquesinas de bulevares, de belleza
para él inigualable. Aunque la exigencia resultara extravagante se reducía a
que le concediera diez minutos y un beso. Ante la sorpresa del alguacil, este
preguntó –Puedo entender el beso pero,¿por qué diez minutos?- El preso le
contestó serenamente y casi susurrando, como hacen las personas que pasan mas tiempo
en silencio que conversando, -si en ese tiempo no soy capaz de convencerla y
conseguir la segunda petición es que no soy digno de ese beso-.
Jandro Güell.
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