27 de octubre de 2013

La Musa muda


Anoche la Musa de mi inspiración ejerció de cupletista en una cantina con solera; me puso los cuernos con un torero; llegó tarde a la cama oliendo a tabaco, a culpa y a bolero; antes de dormir rezó tres avemarías. Esta mañana, vestida de ojeras, no dijo nada, el exceso y la afonía la dejaron muda. Hoy no sonarán las piezas de mi teclado ni se manchará de tinta la mano de este poeta. Descalzo en la cocina recorro una y otra vez un camino de solo tres pasos entre el hornillo y el fregadero. Y en la breve penitencia me pregunto -¿qué te hice yo chiquilla?-, mientras le estrujo un limón a tu taza de manzanilla.


Jandro Güell.

26 de octubre de 2013

Cuando los ojos tocan

A veces las miradas se sienten en la piel. Cuando los ojos tocan no lo hacen como las manos, más bien como la boda. 

Giró la cabeza hacia mí, inclinándola levemente hacia su derecha, sin llegar a mirarme de frente. Se apartó con los dedos el fleco de su pelo dejándolo tras la oreja. En el instante en que un mechón rebelde resbaló de nuevo a la frente, este subrayó un pestañeo cadente que llegó a mí como un beso, cálido y suave. Aquello no fue un accidente. Ella se dio cuenta en seguida de mi reacción, y admitiendo su atrevimiento y premeditación, retiró la mirada hacia el suelo fingiendo rubor; invitándome a dar el siguiente paso, uno más físico, con menos metáfora pero igual poesía.


Jandro Güell.

20 de octubre de 2013

Mirón a contrapicado


Le llevo la contraria a Hitchcock. Y es que cuando paseo por la calle me detengo en las ventanas y soy yo el indiscreto.

La mirada a pie de calle, protegido por el anonimato de ser uno entre tantos, y aún así disimulo para que no se me descubra curioso. La intención no es fisgar en lo ajeno, es imaginar sus interiores. Sólo llego a ver techos y paredes, desventajas de un mirón a contrapicado, pero con eso me alcanza.

Observo la decoración, qué macetas custodian la frontera de lo íntimo, el uso de los colores, el tono e intensidad de la iluminación mancillado por los destellos de televisores, y poco más. Suficiente, el resto lo invento. En ocasiones me regalan algunas situaciones. El ajetreo de sus habitantes reducidos a cabezas, marionetas de sombras chinas que aparecen y desaparecen. Es cuando me avergüenzo y recupero el decoro temiendo ser advertido. Miro al suelo y mi cuello me lo agradece. Ahora lo que veo es un zapato izquierdo y luego uno derecho; uno izquierdo y uno... ¡Anda, mira! Otra ventana.


Jandro Güell.