20 de octubre de 2013

Mirón a contrapicado


Le llevo la contraria a Hitchcock. Y es que cuando paseo por la calle me detengo en las ventanas y soy yo el indiscreto.

La mirada a pie de calle, protegido por el anonimato de ser uno entre tantos, y aún así disimulo para que no se me descubra curioso. La intención no es fisgar en lo ajeno, es imaginar sus interiores. Sólo llego a ver techos y paredes, desventajas de un mirón a contrapicado, pero con eso me alcanza.

Observo la decoración, qué macetas custodian la frontera de lo íntimo, el uso de los colores, el tono e intensidad de la iluminación mancillado por los destellos de televisores, y poco más. Suficiente, el resto lo invento. En ocasiones me regalan algunas situaciones. El ajetreo de sus habitantes reducidos a cabezas, marionetas de sombras chinas que aparecen y desaparecen. Es cuando me avergüenzo y recupero el decoro temiendo ser advertido. Miro al suelo y mi cuello me lo agradece. Ahora lo que veo es un zapato izquierdo y luego uno derecho; uno izquierdo y uno... ¡Anda, mira! Otra ventana.


Jandro Güell.

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