A veces las miradas se
sienten en la piel. Cuando los ojos tocan no lo hacen como las manos, más bien
como la boda.
Giró la cabeza hacia mí,
inclinándola levemente hacia su derecha, sin llegar a mirarme de frente. Se
apartó con los dedos el fleco de su pelo dejándolo tras la oreja. En el instante
en que un mechón rebelde resbaló de nuevo a la frente, este subrayó un pestañeo
cadente que llegó a mí como un beso, cálido y suave. Aquello no fue un
accidente. Ella se dio cuenta en seguida de mi reacción, y admitiendo su
atrevimiento y premeditación, retiró la mirada hacia el suelo fingiendo rubor;
invitándome a dar el siguiente paso, uno más físico, con menos metáfora pero
igual poesía.
Jandro Güell.
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