23 de enero de 2013

Horóscopo estival


Detrás del campo sembrado de trigo que arde en el prado, mecido por el viento que aviva las llamas cereales, se levanta un ejercito de acero y cristal. Gigantes como los de Cervantes, rígidos, firmes, en formación, ondeando negras banderas de guerra bordadas de polución con las que nublan el aire que los envuelve, respirando su propio veneno.

Solidariedad.
Artista: Graju (extraído de La página de los cuentos).
Son la infantería. Una hilera visible que esconde la podredumbre de su centro adoquinado de crímenes mudos y sordos. Sistema experto en la manufactura de cuerpos vacíos, carentes de emociones, criterio y esperanza; alimentados seis veces al día con el miedo de fantasmas inventados para su sometimiento; esclavos de la nueva forma de autocracia, invisible, sin rostro acuñado en el cobre de sus monedas. El cesarismo de un enorme ser intangible aunque presente, nacido de una promesa mentirosa, que aplasta recursos, devora materiales, oprime la vida. Cáncer de avance como único sentido, y sin embargo, su expansión lo evoca a su propia destrucción.

De esta mancha tenebrosa han escapado dos seres de luz que aprendieron a mirar al cielo, despertaron del letargo y atravesaron la cortina de humo, evadieron al monstruo. No entendieron de razas ni atendieron a razones. La primera figura soporta el cansancio de la segunda abrazado a su espalda. Cruzando el trigo esparcen las semillas a su paso, augurando un cambio, germen de una generación nueva, mestiza. Agotados, casi consumidos, se encaminan sin volver la mirada a lo que abandonan, volviendo a la tierra.

Recojo su ejemplo, te declaro testigo. Me pongo en pie desafiando. No me callarán, no moriré mientras me queden palabras que fijar en mi cuaderno. Echo a correr por el sembrado con gesto quijotesco y desenvaino mi pluma.

Jandro Güell.

17 de enero de 2013

Sonrisa perpetua


Según las indicaciones que me dieron, me encontré con un gran portalón de madera robusta compuesto de dos hojas altas de color verde botella de vino. Subí los tramos de escaleras de amplios peldaños que desembarcaban en el tercer piso. Toqué en la puerta de la derecha, que pese a su gran tamaño aparentaba ser débil, coronada por una ventana a modo de tragaluz, según se estilaba en la Málaga de principios del siglo XX.

Entré en el domicilio invitado por un antiguo amigo para que me presentara la que sería mi próxima habitación; el resto del inmueble habría de compartirlo con los otros inquilinos que sumaban cinco, sin contar un par de animales domésticos más alguno ocasional. Me enamoré del lugar casi al momento, intentando ocultar torpemente mi entusiasmo sin llegar a conseguirlo.

Conocí a la mayoría de mis futuros compañeros en convivencia ya que, debido a las fechas festivas y a que casi todos eran de fuera de la ciudad, aun los menos se encontraban ausentes. Disfrutaba de una amena conversación con mi amigo cuando llegó a la casa e irrumpió de seguido en el salón una chica de las que me faltaba por conocer. Me llamó la atención de inmediato, a saber por dos aspectos:

En primer lugar fueron sus maneras. Se entendía por su físico que era una muchacha, rondando los veinte, mas si atendías a sus modales, gestos que me resultaron femeninos y gráciles, con cierto aire glamoroso, sonrisa perpetua, se advertía una mujer más que a una jovencita; al escucharla con una mínima atención descubrías a una mujer madura, enigmática, con una poderosa serenidad y un hablar tranquilo, casi susurrante, de voz dulce y fina, propia de las personas que no abusan de la palabra si no tienen algo que decir.

Por otra parte, y sin necesidad de emplear muchos días a partir de aquel, hallé todo lo que escondía aquella personita al poder zambullirme en la marea de los días cotidianos y tertulias nocturnas. Me mostró sus interiores, sus inquietudes, lo que admiraba, lo que creaba, lo que la influía; como un aspersor de riego, me llegaban sus conocimientos de repente y me impactaban en la cabeza, regando el cerebro de colores, salpicándome de ideas, conceptos y autores que ni conocía por entonces, haciendo brotar en mí simientes nuevas que se anudaban con mis raíces añejas. De nuestras conversaciones conservo hasta las comas, no tenían… no tienen una pizca de desperdicio.

Por último, dejándolo adrede en un anexo a parte de la enumeración propuesta al principio, no puedo dejar de subrayar  que lo más destacado de esta gran mujer, de curioso diminutivo como apelativo, es la calidad de sus acciones. Guiada como un invidente por sus valores y principios, lucía una ejecución de actos de la mayor altura moral y ética que haya visto contenidas en un mismo individuo. Dicha ejecución, desarrollada de la manera más simple, podría resultar incluso ofensiva para cualquier persona de calaña más baja. Evidenciando el hecho claro de ser siempre fiel a uno mismo; parecerá una tontería, pero “a veces lo obvio pasa desapercibido precisamente por obvio”.

Por suerte de la buena, disfruto de su amistad y a ratos de su compañía, siempre cálida y agradable aun sin cruzar palabra, pues no siempre es necesario. Encuentras que aquellos que son más afines pueden permanecer horas en silencio.

Jandro Güell.

16 de enero de 2013

Preso

Observa el cielo por la boca de la ventana, mi corazón preso entre las rejas de mi pecho. Abrazado por un grillete, encadenado a un nombre de mujer.

Jandro Güell.

15 de enero de 2013

Al atardecer

Camina el Sol lánguidamente hacia donde termina el cielo. Allá donde el horizonte es el límite definido por la costura que une el aire con el océano. Cansado por el esfuerzo de mantenerse elevado, mas que andar, parece que cae sin remedio desde lo alto de la cúpula celeste al líquido elemento sazonado de un azul más intenso; atraído quizás por su reflejo, falso hermano gemelo, que lo llama cual sirena con suspiros marineros, aumentando su anhelo, provocando su muerte. Al acercarse en su ocaso descubre el engaño, y se ruboriza consciente de que la Luna lo observa con su vestido de noche punteado de lentejuelas. Testigo burlón, sonríe victoriosa mostrando el lunar, que es Venus, en la comisura de su boca. Rendido al fin, se hunde cauteloso en las simas del profundo, manteniendo la dignidad y prometiendo su regreso.

Jandro Güell.

10 de enero de 2013

El mercadillo de las cosas que te gustaban


Aún acostumbro pasear por el mercadillo de tus caprichos. Detenerme en el puestecillo de las cosas que tanto te gustaban; aquel del toldo verde pistacho, donde vendían las chocolatinas que te deleitaban después de las comidas, después de nuestras batallas; el que tiene por mostrador esa mesita caoba sobre la que se exponían los caramelos de tus besos por sorpresa, esencias de tus caricias en mi nuca, los “corgameles” que prendían en tus miradas de reojo. Sigo comprando las horas de la madrugada para escuchar tu “sonanta”, admirar los dibujos de tus dedos en el mástil mientras te muerdes los labios. Tardes de sofá, mañanas de paseos y noches de juegos a precios de saldo. En cada visita me llevo en el bolsillo una de las notas con tus “Te quiero” que escondías entre mis libros para sorprenderme en los paréntesis, y que me armaban con una sonrisa para defenderme del resto del día. Cada tarde vuelvo al rinconcito aderezado con el incienso del aroma de tu piel que se consume lentamente sobre el quemador de mi cuello. Y sobre nosotros el mundo entero, plasmado en papel de pergamino bordado de rutas, hilvanados de caminos que convergen en tu vientre. Todavía hoy paso despacio por aquel tenderete, el tuyo, para acordarme de no olvidarte.

Jandro Güell.

4 de enero de 2013

2013


Viernes 4 de Enero, siete de la tarde. Hoy he muerto. Puede que para siempre.

Jandro Güell.

Uno, dos, tres



Una vez leí que en el siglo XII , no puedo concretar más la fecha, un trovador dijo << El primer beso no se da nunca con la boca, sino con los ojos>>. Tan evidente, como ocurre con las verdades simples y puras, tuve la sensación de saberlo desde siempre. De este modo, añádole al amigo: el segundo se da con las manos. Aunque, ¡ay de la dulzura del tercero!

Jandro Güell.