30 de noviembre de 2012

Excusas



No me quedan excusas. Amanecer no es suficiente para dejar de soñarte.

Jandro Güell.

Volver



No sé dónde te llevará el tiempo, que asido al fleco de tu falda te arrastra con sus saetas; por dónde pasarás con los pies de puntillas, tenue como la lumbre de una lámpara de aceite; qué lugares conocerás, qué compañía elegirás, cuántas cosas aprenderás. Eres ave de paso, rebaño en trashumancia, sin visado pero viajera. Mientras yo, perpetuo, me marchito. Yo, árbol partido en la medianera, lamido por el musgo, cobijo de alimañas, te espero en la ladera soñando con el hacha que desplome lo que queda. Y entre sueños me invento convertido en leña que, en el hogar de tu retorno, alimente la hoguera; o ser cabecero que vele tu cama y amarre de tus brazos las muñecas; o madera que dibuje el umbral de tu puerta; ser silla, viga o escalera; pliego del diario donde guardes los secretos que te quedan o lápiz en tu maleta. Cuento las hojas que me arranca la espera, para volver a ser soporte de tu espalda en tardes de primavera. Volver a ti más tarde que temprano, pero de alguna manera.

Jandro Güell.

23 de noviembre de 2012

Mi reencuentro

Hay algo que me desarma, me despieza. Hay algo en este mundo que consigue anular todo aquello que suponía cualidades para batallas cotidianas en lugares anónimos. Esos ojos. Esferas lumínicas de núcleo oscuro ante las cuales estoy indefenso. Esferas bordadas con finos hilos azabache que terminan trenzando abanicos donde nacen los vientos; y sobre la corona superior se describen dos aureolas que en su mecer consiguen que olvide todo cuanto he aprendido y conservo. Tus ojos; veneno que creí purgar a tiempo, cuando decidí dejar de reflejarme en ellos, y han surgido no sé de dónde sin que supieras si quiera que los estoy viendo. Ojos que me proyectan el recuerdo de sentimientos que tenía por muertos y ahora muerden entrañas, tejidos y hueso. Torno a ser niño, me siento y tiemblo.

Jandro Güell.

19 de noviembre de 2012

16 de noviembre de 2012

La Noche


Esta noche pasaremos sin prisa todas las horas. Será noche donde poderlo todo sin la licencia del día.Haremos la noche hasta que la noche nos posea. Esta noche acabará y para nosotros será noche toda la vida.

Jandro Güell.

13 de noviembre de 2012

A metro y medio


A metro y medio de la cama, el postigo deja pasar el aire. Me entretengo mirando el respirar de la ventana; el visillo parece un pulmón, los sonidos de fuera la respiración y la luz que se cuela por las tablillas del postigo dibujan branquias en las paredes que ahora se me antojan como la piel de un reptil, más por el gotéele mohoso que por el color. Una gran pitón albina que me rodea y se estrecha procurando asfixiarme con su anillo desconchado. Será que está mudando su envoltorio caduco.



Vuelvo a la ventana. Un pajarillo que se posó en el alféizar le robó la atención a mi imaginación. Pienso en la razón que lo trajo a la frontera que separa mi realidad de la de los demás. No puedo encontrar ninguna. Le odio y le envidio. Le odio porque le envidio. Sin embargo eligió esta ventana de entre todas las de la ciudad, de las de este edificio; quizá por azar, puede que buscando algo, buscando devolverme la felicidad que dejé enterrada en su almohada aquella mañana, o tal vez, atraído por la sombra de los tres árboles que decoran los bidones de basura de este trozo de civilización. Antes de decidirme descubro que se ha marchado. Tarde o temprano todos se marchan, sólo permanezco yo, frustrado en la butaca de la indolencia. Todo lo demás gira a mi alrededor, formando el anillo de una serpiente blanca de hormigón que ha resuelto, al fin, darme un día más.

Jandro Güell.

3 de noviembre de 2012

Un amigo



No sé cuanto tiempo llevo frente a la pantalla de mi ordenador, frente a una pantalla en blanco, como el mar de leche de Saramago, como mi cabeza, que no está vacía pero que ahora no contiene nada.


Qué se le regala a una persona que es especial en mi vida desde hace muchos años. Ni me molesto en intentar recordar cuánto, juraría que fue ayer si no supiera que me conoce ya mejor que yo mismo, y aún así me corrige y mejora. Una persona a la que no necesito ver aunque siempre la eche de menos, a la que casi nunca llamo aunque sé que es de las pocas, muy pocas, con las que puedo conversar durante horas sin llegar a cansarme nunca. Me rebano los sesos intentando describirla sin llegar a acercarme lo más mínimo a definirla, cayendo torpemente una y otra vez en absurdos topicazos de aprendiz de poeta. Y aquí sigo, buceando en niebla londinense; ¿lo ves?, vuelvo a tropezar.

No soy, en comparación, quien más la quiere; sin embargo, dada mi capacidad, es mucho.

Suena mientras tanto una pieza de Chopin. Para ver si así se gira hacia mí la inspiración, que hace días me dio la espalda aunque sea yo quien se siente de cara a la pared, en un rincón de una habitación que no es la mía. Inútil. Quizá sea porque no me contento con describirla, ni falta que hace, eso es algo que cualquiera que la conoce sabría hacer mejor que yo. Es lo que pasa con las personas que, sin ser perfectas, son el ejemplo de lo que cada uno de nosotros desea llegar a ser algún día.

Cuál es el regalo perfecto cuando el que obsequia no tiene nada mejor que ofrecer que su propia compañía. Perdóname, qué torpeza. No sé cuanto tiempo llevo delante de una pantalla de ordenador que ya no es blanca, que está manchada de gotas negras que han caído de la punta de mis dedos; sin comprender que hoy ese regalo soy yo, y que en vez de compartirlo contigo me obceco en demorarlo.

Guardar cambios, cerrar el programa y levantarme de la silla. Tres gestos que convertiré en uno. Que se me van los minutos, casi se me acaba el día. Por suerte nos quedan más. Este regalo que ahora se impacienta terminaré de envolverlo e iré a dártelo durante todo el tiempo que nos quede. Lo que tengo, lo que soy, incondicionalmente.

Hasta ahora.                        Un amigo.

Jandro Güell.