Hoy es un día de esos en
los que no sé qué hacer con mi vida. Me levanto, tarde, recuerdo que anoche
pensé en madrugar pero se ve que los propósitos nocturnos poco tienen que ver
con lo ánimos matutinos, casi vespertinos. Tampoco es la primera vez que me
pasa.
Pisando ropa trasnochada,
cajas de pizza y retales de mi capítulo anterior llego al baño. No tengo valor
para mirarme en el espejo, no quiero conocerme hoy. Ducha reparadora de
neuronas, tropiezo con el bidé al salir de la bañera, me quejo y maldigo
mientras me cepillo los dientes. Tengo que comprar pasta de tres colorines.
Dudo si tomarme un café,
tres galletas, un cruasán, unas tostadas o un filete con patatas dado que es
casi la una de la tarde. Creo que el café no me lo quita nadie.
¡Fantástico! ¿Y ahora qué?
Considero las opciones. Tengo por delante un montón de horas carentes de
responsabilidades lo cual hace más difícil tomar una decisión. Un paseo por la
ciudad, no sé dónde ni para qué; quedar con alguien, poco probable, todo el
mundo tiene quehaceres, trabajos o exámenes; ir al cine, nunca me gustó ir solo
y tampoco tengo demasiado dinero. Ardua tarea tomar una puñetera decisión.
Salgo a la calle por
impulso, a ver si cambiando de escenario se me despeja la niebla mental. Inútil.
Veo gente andando para todos lados, alguno casi corriendo, los menos corriendo
literalmente, incluso parece que hayan salido huyendo de un catálogo de
Decathlon. Me divierto con esa idea, a veces llego a ser muy absurdo.
Divagando no me he dado
cuenta de que empecé a andar sin rumbo y, de golpe y porrazo, sin recordar
claramente haber hecho el trayecto me encuentro delante de su casa. Es curioso,
¿he llegado aquí a propósito o por pura inercia? Lo que tengo claro es que me
apetece mucho verla pero no pienso tocar en su puerta. ¡Puto orgullo! Sin
embargo mis pies no son capaces de dar un paso en otra dirección, en alguna
dirección. Ni siquiera soy capaz de dejar de mirar esa ventana con esta cara de
imbécil.
¡La echo tanto de menos!
Sueño con volver a compartir mis días con ella, navego entre instantes que
medio recuerdo y que medio invento. Ninguno de ellos es malo, eso suele pasar, ¿para
qué vamos a recordarlos? No sirve de mucho vivir en el rencor. Cosa distinta es
retomar una historia después de lo que pasó pensando que volverá a ser lo que
era, aún haciendo un esfuerzo espantoso nunca volverán aquellas oscuras
golondrinas porque ninguno de los dos volveremos a ser los mismos. Además ella
ya tomó su decisión. Concluyó que algo quedaba pendiente con él, que en ese
vaso todavía quedaba algún poso que apurar y, por otra parte, el vaso también añoraba
de alguna forma su boca. Vaso de cristal fino, elegante y vanidoso, lleno de
suciedad y turbio por el desgaste (ha hablado mi frustración). Francamente, y
como le hice saber a Marta, se equivocaba no optando por mí. No es que me
considere alguien especial, tampoco tengo mucho que ofrecer, ni siquiera se me
podría considerar un “buen partido”; lo que sí creo es que la habría hecho
feliz. Patético, que le mienta a los demás vale, lo que no puedo consentir es
mentirme a mi mismo, sería una falta de respeto, lo único que puedo saber es
que soy yo quien sería feliz con ella y no se le puede negar a nadie que busque
su felicidad, o que lo intente, aunque se equivoque. Tiene todo el derecho a
equivocarse. Ni siquiera debería atreverme a juzgarla.
Jandro Güell.