Habitación casi vacía, por
mobiliario, decoración, suciedad y por habitantes. Es curioso, si un cuarto no
tiene alguien que lo habite resulta una ironía llamarlo habitación, pero no
deja de ser la mía.
Miro cada baldosa, grieta,
sombra o luz, que al cabo es lo mismo (no se puede mirar la una sin la otra, no
tendrían razón de ser), y que forman manchas claras en el techo. Paseo la vista
sin detenerla ya que no encuentro nada en el camino que lo merezca. Me aburro
(quizá tú también).
Por eso salgo de aquí. Me
niego a que me devore, o por lo menos, a que devore mi ánimo. Y es al cerrar la
puerta cuando encuentro lo que buscaba: un pretexto para avivar unas ganas que
creía no tener y que se encendieron con el primer rayito de sol que llegó a mi
cuerpo, no sabría decirte a que parte pero da igual, reconforta. Ganas...... de
pasear, de hablar con alguien aunque no lo conozca, aunque sea de fútbol,
aunque no me guste y aunque no lo entienda; a compartir una risa que no sea
falsa, a esquivar la pelota de unos niños que alborotan el eco de ese portal,
bajo el índice amenazador de su vecina del primero izquierda (no estoy seguro
de la dirección pero siempre he preferido el sonido de la palabra
"izquierda" al de la palabra "derecha", y no es por
comunista, zurdo ni siniestro). Ganas..... ganas de verte, de rozarte y de
perderte pero solo de vista por un instante. Ganas de comer frutos secos junto
a tu brasero, de escuchar lo que quieras contarme. Ganas de cruzar los dedos de
mi mano y notar la de un amigo en mi espalda... Y son tantas las ganas. Y de
hacer tantas cosas.
Parpadeo. Me pican los
ojos. Creo que llevo demasiado tiempo mirando esa mancha clara de mi
habitación.
Jandro Güell.