3 de noviembre de 2012

Un amigo



No sé cuanto tiempo llevo frente a la pantalla de mi ordenador, frente a una pantalla en blanco, como el mar de leche de Saramago, como mi cabeza, que no está vacía pero que ahora no contiene nada.


Qué se le regala a una persona que es especial en mi vida desde hace muchos años. Ni me molesto en intentar recordar cuánto, juraría que fue ayer si no supiera que me conoce ya mejor que yo mismo, y aún así me corrige y mejora. Una persona a la que no necesito ver aunque siempre la eche de menos, a la que casi nunca llamo aunque sé que es de las pocas, muy pocas, con las que puedo conversar durante horas sin llegar a cansarme nunca. Me rebano los sesos intentando describirla sin llegar a acercarme lo más mínimo a definirla, cayendo torpemente una y otra vez en absurdos topicazos de aprendiz de poeta. Y aquí sigo, buceando en niebla londinense; ¿lo ves?, vuelvo a tropezar.

No soy, en comparación, quien más la quiere; sin embargo, dada mi capacidad, es mucho.

Suena mientras tanto una pieza de Chopin. Para ver si así se gira hacia mí la inspiración, que hace días me dio la espalda aunque sea yo quien se siente de cara a la pared, en un rincón de una habitación que no es la mía. Inútil. Quizá sea porque no me contento con describirla, ni falta que hace, eso es algo que cualquiera que la conoce sabría hacer mejor que yo. Es lo que pasa con las personas que, sin ser perfectas, son el ejemplo de lo que cada uno de nosotros desea llegar a ser algún día.

Cuál es el regalo perfecto cuando el que obsequia no tiene nada mejor que ofrecer que su propia compañía. Perdóname, qué torpeza. No sé cuanto tiempo llevo delante de una pantalla de ordenador que ya no es blanca, que está manchada de gotas negras que han caído de la punta de mis dedos; sin comprender que hoy ese regalo soy yo, y que en vez de compartirlo contigo me obceco en demorarlo.

Guardar cambios, cerrar el programa y levantarme de la silla. Tres gestos que convertiré en uno. Que se me van los minutos, casi se me acaba el día. Por suerte nos quedan más. Este regalo que ahora se impacienta terminaré de envolverlo e iré a dártelo durante todo el tiempo que nos quede. Lo que tengo, lo que soy, incondicionalmente.

Hasta ahora.                        Un amigo.

Jandro Güell.

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