Aún acostumbro pasear por el mercadillo de
tus caprichos. Detenerme en el puestecillo de las cosas que tanto te gustaban; aquel del toldo verde pistacho, donde vendían las chocolatinas que te
deleitaban después de las comidas, después de nuestras batallas; el que tiene
por mostrador esa mesita caoba sobre la que se exponían los caramelos de tus
besos por sorpresa, esencias de tus caricias en mi nuca, los “corgameles” que
prendían en tus miradas de reojo. Sigo comprando las horas de la madrugada para
escuchar tu “sonanta”, admirar los dibujos de tus dedos en el mástil mientras
te muerdes los labios. Tardes de sofá, mañanas de paseos y noches de juegos a
precios de saldo. En cada visita me llevo en el bolsillo una de las notas con
tus “Te quiero” que escondías entre mis libros para sorprenderme en los paréntesis, y que me armaban con una sonrisa para defenderme del resto del día.
Cada tarde vuelvo al rinconcito aderezado con el incienso del aroma de tu piel
que se consume lentamente sobre el quemador de mi cuello. Y sobre nosotros el
mundo entero, plasmado en papel de pergamino bordado de rutas, hilvanados de
caminos que convergen en tu vientre. Todavía hoy paso despacio por aquel
tenderete, el tuyo, para acordarme de no olvidarte.
Jandro Güell.
Jandro Güell.
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