En una delgada calle que
se articula entre Carretería y la plaza de Los mártires, una fina arteria que
se olvida fácilmente cuando se dibuja un plano, en el seno de la Málaga
musulmana, encontrarás un lugar para el encuentro. Camina despacito y atento
pues es sencillo no verlo. Lo que fue casa de vecinos, casa de putas y también
una imprenta, se convirtió en uno de esos pocos espacios que son especiales;
cada rincón, cada silla, cada vela fue testigo de más de mil historias; en sus
mesas, como agua de té, se han derramado confesiones, mentiras, risas,
pasiones, riñas, juegos, caricias, cera y piñones.
Es un orgullo admitir que
formé parte de su vida, hay quien dirá que fue por azar aunque prefiero decir
que fue por fortuna; si alguien me preguntaba, mi respuesta era que trabajaba
allí dentro pero no es del todo cierto, ahora me veo mas bien como un pulmón,
un estómago, un hígado o un nervio, me transformaba en un órgano vital cuando
me adentraba en sus entrañas con el resto ya que, funcionando juntos, no éramos
una máquina sino un solo cuerpo.
El Harén siempre ha sido
el mismo edificio pero ha adoptado varias personalidades, no diré que esta última
haya sido la mejor, no lo sé, lo que afirmo es que fue una de las más dignas;
mezcla del buen hacer de un veterano y la ilusión de un primerizo; tanteando el
débil equilibrio de su tradición con el contrapeso de estos últimos años complicados, rellenos de días pobres, de
horas pobres; como un guerrero cansado ha trajinado con esta extraña época
denostada y raquítica, sabiendo que su real enemigo, como el peor de los cánceres,
es interno; ha peleado y ha muerto, pero no llores, que para todo guerrero no
hay mayor honor que dejar el mundo con la espada en la mano.
P.D.: A mis compañeros,
mas bien amigos. Un placer luchar a vuestro lado. Os quiero.
Alejandro.
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