12 de mayo de 2014

El Harén


En una delgada calle que se articula entre Carretería y la plaza de Los mártires, una fina arteria que se olvida fácilmente cuando se dibuja un plano, en el seno de la Málaga musulmana, encontrarás un lugar para el encuentro. Camina despacito y atento pues es sencillo no verlo. Lo que fue casa de vecinos, casa de putas y también una imprenta, se convirtió en uno de esos pocos espacios que son especiales; cada rincón, cada silla, cada vela fue testigo de más de mil historias; en sus mesas, como agua de té, se han derramado confesiones, mentiras, risas, pasiones, riñas, juegos, caricias, cera y piñones.

Es un orgullo admitir que formé parte de su vida, hay quien dirá que fue por azar aunque prefiero decir que fue por fortuna; si alguien me preguntaba, mi respuesta era que trabajaba allí dentro pero no es del todo cierto, ahora me veo mas bien como un pulmón, un estómago, un hígado o un nervio, me transformaba en un órgano vital cuando me adentraba en sus entrañas con el resto ya que, funcionando juntos, no éramos una máquina sino un solo cuerpo.

El Harén siempre ha sido el mismo edificio pero ha adoptado varias personalidades, no diré que esta última haya sido la mejor, no lo sé, lo que afirmo es que fue una de las más dignas; mezcla del buen hacer de un veterano y la ilusión de un primerizo; tanteando el débil equilibrio de su tradición con el contrapeso de estos últimos años complicados, rellenos de días pobres, de horas pobres; como un guerrero cansado ha trajinado con esta extraña época denostada y raquítica, sabiendo que su real enemigo, como el peor de los cánceres, es interno; ha peleado y ha muerto, pero no llores, que para todo guerrero no hay mayor honor que dejar el mundo con la espada en la mano.

P.D.: A mis compañeros, mas bien amigos. Un placer luchar a vuestro lado. Os quiero.


Alejandro.

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