25 de octubre de 2012

La cafeína



La camarera se acerca a la mesita con la amarilla lámpara de tulipa bermellón junto a la ventana, al final de la barra. La mesa es la correcta pero el orden de las tazas no. La pareja intercambian sus pedidos.


- Por lo que veo sigues tomando café.



- Sí. No, quiero decir que… Lo estoy rebajando.



- O sea, que tomas menos de cuatro al día, eso es un récord.



- No porque no me apetezca, más bien, compro café más barato, por lo que está más malo y por tanto bebo algo menos.

- Pero realmente no rebajas el consumo de café.



- Rebajo mis gastos. ¿Tú sigues con tus batidos?



- Ya sabes. Son manías.



- Hace tanto que no nos vemos que no sé cómo tratarte.



- Como siempre, soy la misma persona.



- Sí, yo también. Lo que digo es que ha pasado tiempo suficiente como para tratarte con distancia, casi como a un viejo amigo, pero no el suficiente como para utilizar mi torpe condescendencia o esa falsa amabilidad que usamos con los desconocidos.



- Y ¿Qué quieres que te diga? Yo estoy muy a gusto.



- No me mal-interpretes, me alegra mucho verte. Hace mucho que quería quedar contigo y, ahora que te tengo delante no sé qué contarte.



- Lo único que te pido es no hablar del pasado. No hagamos de este encuentro algo incómodo.



- No te negaré que me comían los nervios cuando hablamos por teléfono. Incluso ahora me siguen temblando los tobillos, aunque pienso que es más por la euforia que por inseguridad.



- O por la cafeína. (sonríe).



La conversación siguió con trivialidades que no se alejaban del relato de triunfos profesionales, algún escarceo amoroso sin relevancia y evitando profundizar en lo que ambos sentían en ese instante. La lluvia golpeaba los vidrios de la ventana y una figura enfundada en gabardina gris cruzaba el marco con dos hojas de periódico por sombrero.

Jandro Güell.

No hay comentarios: