La camarera se acerca a la
mesita con la amarilla lámpara de tulipa bermellón junto a la ventana, al final
de la barra. La mesa es la correcta pero el orden de las tazas no. La pareja
intercambian sus pedidos.
- Por lo que veo sigues
tomando café.
- Sí. No, quiero decir
que… Lo estoy rebajando.
- O sea, que tomas menos
de cuatro al día, eso es un récord.
- No porque no me
apetezca, más bien, compro café más barato, por lo que está más malo y por
tanto bebo algo menos.
- Pero realmente no rebajas el consumo de café.
- Rebajo mis gastos. ¿Tú
sigues con tus batidos?
- Ya sabes. Son manías.
- Hace tanto que no nos
vemos que no sé cómo tratarte.
- Como siempre, soy la
misma persona.
- Sí, yo también. Lo que
digo es que ha pasado tiempo suficiente como para tratarte con distancia, casi
como a un viejo amigo, pero no el suficiente como para utilizar mi torpe
condescendencia o esa falsa amabilidad que usamos con los desconocidos.
- Y ¿Qué quieres que te
diga? Yo estoy muy a gusto.
- No me mal-interpretes,
me alegra mucho verte. Hace mucho que quería quedar contigo y, ahora que te
tengo delante no sé qué contarte.
- Lo único que te pido
es no hablar del pasado. No hagamos de este encuentro algo incómodo.
- No te negaré que me
comían los nervios cuando hablamos por teléfono. Incluso ahora me siguen
temblando los tobillos, aunque pienso que es más por la euforia que por
inseguridad.
- O por la cafeína.
(sonríe).
La conversación siguió
con trivialidades que no se alejaban del relato de triunfos profesionales,
algún escarceo amoroso sin relevancia y evitando profundizar en lo que ambos
sentían en ese instante. La lluvia golpeaba los vidrios de la ventana y una
figura enfundada en gabardina gris cruzaba el marco con dos hojas de periódico
por sombrero.
Jandro Güell.
No hay comentarios:
Publicar un comentario